lunes, abril 18, 2005

no importa lo que pase, todos los días escribo algo (reload)

VI. Yesenia + Caneto

Caneto miró el mar. Suspiró. Se sintió ofuscado por algo, y en seguida intentó reponerse sobre sus mismas palabras. No era que no sintiera una profunda atracción hacia todo: quiero decir, el mar, el sol, el cielo de aquella mañana de verano, tan tibia. Y sobre todo: no era que no sintiera una profunda atracción por Yesenia, que se masajeaba la planta de los pies contra el pasto.
Un pasto, por lo demás, amarillo. Seco.
- No entiendo nada -había dicho Caneto. Pero Yesenia no le hizo caso y siguió aplastando aquel pasto seco, casi puntiagudo.
Y este era un pasto que la hacía pensar en los años sesenta y la spicodélia, no sabía por qué.
- Bueno... -musitó alguien, y en seguida se miraron las caras sin saber qué decir.
Era uno de los primeros días de verano, era diciembre. La navidad había pasado y el año nuevo estaba cerca. Caneto pensó en decir algo, pero mantuvo la boca cerrada.
Y como estaban en Barranco, miraron el mar.
- Lo único que digo es que sería bueno. Siempre es saludable experimentar de todo...
Pero Caneto dijo que no estaba de acuerdo con eso.
En realidad, siempre le había dicho a la gente lo mismo que le acaba de decir su prima, sólo que ahora no estaba seguro de nada. Y dudaba que fuese miedo. Al menos, miedo a besar a Yesenia, o miedo a involucrarse sentimentalmente con ella. El sol tibio de aquella mañana de febrero lo hizo sudar.
Llevaba una ropa de baño negra y unos anteojos de sol Okley.
Quiso decirle entonces que era absurdo. Porque besarla sería tedioso. Y aunque era diciembre del año 2000, Caneto no se atrevió a hacerlo. Y no fue por Cynthia, su enamorada, ni porque Yesenia fuese su prima. Nada más era porque el sol de aquella mañana de diciembre (una mañana que amaneció fría, nublada, casi glaciar) le daba en la cara. Justo en medio de la cara. Mientras hablaba y decía cosas como: besar a una chica no es tan fácil. (Pero en realidad pensaba: no quiero involucrarme contigo porque sería demasiado, y sería demasiado).
Pero Yesenia decía cosas como:
- Mira. Yo no sé nada, pero el chico que lo haga tiene que estar realmente seguro de ello.
Y decía:
- El chico que lo haga tiene que estar realmente seguro de lo que hace.
Y Caneto pensaba en un montón de cosas que se le amontonaban en la cabeza.
Y en lo único que ella pensaba era:
- Sea como sea, voy a hacer que lo hagas...
Pronto la tarde cayó.
Y los primos, en lugar de tomarse de la mano o llorar. Partieron por caminos distintos hasta que se hizo de noche.

Estaba en la casa de Cynthia cuando Yesenia llamó. El celular de Caneto timbró un par de veces y Cynthia se molestó. Se levantó de la cama y se fue.
- ¿Por qué carajo te llama tanto?
Caneto se preguntó por su prima. Miró una vez más su teléfono celular. Vio a la sombra de la mamá de Cynthia avanzar por el corredor. La casa estaba casi en penumbras esa noche de sábado. Las hojas de los árboles aún no se adaptaban al verano.
Caneto contestó:
- ¿Qué hay?
- Primito... -la voz de Yesenia era la misma de siempre. No hablaron de la última vez en Barranco. Yesenia le dijo para ir a bailar. Caneto negó con la cabeza y dijo:
- Ahorita estoy con Cynthia.
- ¿Estás en su casa?
- Sí.
- ¿Qué? ¿Y van a hacer algo?
- Ver películas, supongo.
Entonces se hace un silencio tan grande que se apodera de la habitación donde se encuentra Caneto. Escucha a Cynthia teclear con furia el teclado de su computadora brillante y siente unas ganas horribles de estrellar su celular contra la pared. Pero no lo hace.
- Bueno... ¿y tú qué vas a hacer? -le pregunta Caneto.
Su prima dice:
- Nada pues. Pensé que podíamos hacer algo.
Caneto tambalea un poco. En seguida:
- Es que estoy con Cynthia.
- Ah.
- Si me hubieras avisado antes...
- Sí. Ya sé.
Se vuelven a quedar callados.
En seguida, Yesenia:
- Oye... vamos, hay que hacer algo. Aunque sea por los viejos tiempos...
Cynthia va al encuentro de Caneto y le dice:
- ¿Ya?
Caneto asiente con la cabeza. Dice:
- Tengo que colgar.
Y cuelga.

Entonces Caneto no piensa en Yesenia y ella camina por las calles de Miraflores esa noche de sábado absolutamente sola. Se pierde un tanto en bares escondidos, en callejuelas oscuras. Pronto ha tomado bastante cerveza y piensa en llamar a alguien. Pero entonces Yesenia vuelve a recordar la atmósfera del malecón de Barranco aquella mañana de diciembre, con sol. Piensa en tantas cosas que no debieron haber quedado allí. Y no es que sienta una terrible y descontrolada atracción hacia su primo, simplemente no acepta que se lo hayan quitado. Para Yesenia, él era uno de sus últimos refugios antes del fin del mundo. Es cuando Yesenia es testigo de una especie de visión antropomorfa: sentada en una mesa (cerca de donde Yesenia se encuentra agazapada) está ella. Tiene los pómulos hinchados, la cabellera revuelta, lleva un par de lentes y su cabello parece una especie de peluca amarillenta a punto de reventar. No solo habla, sino que lanza prolongadas carcajadas a la nada. Junto a ella está un chico algo menor (aunque en realidad, a Charlotte Nolteus no se le ve tan vieja esa fría noche de enero del 2001, nada más está un poco acabada) y es un chico algo menor, digamos, de unos veinte o diecinueve años, quizá un poco más. Y la cuestión es que ambos se están riendo, y beben, y junto a Charlotte hay una chica a la que Charlotte toca desesperadamente cada pierna y cada brazo, y cuando bailan, Charlotte Nolteus luce desesperada, mueve su cuerpo (y por momentos parece alguna especie de gringa tiesa, de ésas que no saben bailar nada) y entonces Yesenia se siente más afligida y más dolida que nunca. No veía a Charlotte desde hace unos diez años. Ella la recordaba joven, casi adolescente, hablando francés todo el tiempo. Charlotte vivía en la casa de Yesenia, donde la abuela. Charlotte no sólo era su tía, era su modelo a seguir. Yesenia la admiraba. Los días que vinieron luego de la muerte del abuelo (el abuelo Nolteus, que había pasado la mayor parte del tiempo entre Lima y París,y que había ocupado un alto cargo en la embajada peruana en Francia) luego de la muerte del abuelo, Charlotte se había venido a menos. Un día, hubo tantos gritos en la casa que Charlotte se tuvo que marchar y nadie volvió a saber más de ella. Al menos, Yesenia no. Pero Charlotte estaba allí. Era de carne y hueso. Y Yesenia la miraba estupefacta. Fue cuando entendió por primera vez el significado del disco “Be here now” y pensó que, a pesar de todo, no podía reprocharle nada a nadie. Y recordó escenas en su cerebro olvidadas, conversaciones sobre la vida secreta de Charlotte. Yesenia prefirió no seguir. Pero siguió.
Un día en la mesa hablaron de Charlotte. Ella había vivido en París, había sido la menor, la más apegada al abuelo. De ahí su francés, su vida en París. En la familia siempre la llamaban: afrancesada. Era la afrancesada Charlotte.
Y luego, decían:
- La bohemia la llevó al desamparado. A la desolación. La hizo caer en el vicio. La hizo hacer todas ésas cosas...
Y Yesenia, se supone, no le prestó mucha atención a lo siguiente:
- Todo habría salido bien si no la hubieras dejado estudiar literatura... -dice alguien.
La abuela:
- Yo no la dejé estudiar nada. Simplemente lo hizo. -Y en seguida.- Fue su padre...
Se mantuvieron callados ante la luminosidad de la mesa. Aquella tarde toda la familia estaba reunida. La abuela seguía vestida de negro. Sólo se podía escuchar el sonido de los tenedores y de los platos chocando entre sí. Los sirvientes iban de aquí para allá. Nadie se ponía de acuerdo ni con los garbanzos ni con el bacalao. Era semana santa.
Caneto estaba sentado, igual que Yesenia.
El diálogo continuó:
- Nadie lo había sospechado... Quiero decir... -Malena se detuvo. Su hija, Miriam, miraba a sus padres sin ninguna expresión en el rostro, y su hermana mayor, Verónica, estaba en el mismo plan. Todos muy callados.
- ¿Alguien la vio?
- Nadie necesitó verla.
- ¿Estaba desnuda?
- Eso está claro.
- ¿Y estaba con ella?
- ¿Quién? ¿Charlotte?
- Sí. Estaba con ella. Sí. En la cama. Sí.
- Entonces, se fue.
- Dicen que se fue. Sí.
- A dónde se fue ¿a París?
- Charlotte siempre quiso volver a París.
Entonces Yesenia (que no le prestó demasiada atención a aquellos diálogos) sacó, con el pasar de los años, distintas versiones de lo sucedido. En una de ésas versiones inventadas, Charlotte la despierta a medianoche y se despide ella con un enorme beso en la boca, deseándole una vida llena de emociones y de absoluta libertad. El hecho material es que, en los diez años que pasaron después de que el abuelo Nolteus muriera, Charlotte no volvió a aparecer más en su vida. Se había ido. Un último recuerdo asalta a Yesenia antes de abandonar el local. Su abuela está limpiando y ordenando su habitación un martes sin sol en el que Yesenia faltó a clases. Suena el teléfono. La abuela contesta y alza el tono de su voz al momento de colgar el auricular.
- ¿Quién era, abuela?
- Nadie.
Más tarde, durante el almuerzo, la abuela está llorando. Las lágrimas brotan de sus envejecidos ojos y se los seca con la puntita de su servilleta de papel. Hablan de Charlotte, y hablan de su partida.
- Ella ya no es hija mía...
La mamá de Yesenia intenta disuadirla.
- Así me muera -exclama, y Yesenia siente una determinación escalofriante en sus palabras.
Pero ahora Charlotte baila con una chica delgada y rubia en aquel local de Miraflores antes del fin del mundo. Charlotte parece sonreír y pasarla muy bien. El chico de la mesa sale del local y mira a Yesenia un segundo antes de atravesar el umbral de la puerta. Afuera, en la vereda, se pone a fumar marihuana. Charlotte y la chica siguen bailando y de pronto, en el local donde se encuentra Yesenia, agazapada, empiezan a formarse extraños símbolos rústicos por todas las paredes y el techo del local. Charlotte Nolteus abraza a la chica que baila frente a ella y ambas se besan. Es un beso con doble connotación para Yesenia que se encuentra sumergida en una posición extraña, en una piscina llena de señales. Pronto, recuerda todas las expresiones que adoró con locura, y todas las veces en que pensó en ella, durante su ausencia. Ahora Charlotte Nolteus es mucho más vieja, y todo es mucho más complicado que antes.
Al celular de Caneto llega un mensaje conmovedor. Yesenia le cuenta con menos de 120 palabras que está perdida en algún lugar de Miraflores esta madrugada. Dice que no lo extraña y que tampoco hablará de esto mañana, ni después, ni nunca. Dice que el dolor de la soledad de una noche no recupera aspectos salvables (a veces, incluso, mínimos) frente a la cotidianidad de los días. Dice que algún día lo abandonará, incluso a él. Porque el abandono es algo que se lleva en la sangre, y que sólo puede trasmitirse a otra persona por vía venérea, como el VIH y todas las demás ETS. Cuando el celular de Caneto timbra, Cynthia y él están metidos en la cama, tocándose, y el simple sonido de la vibración del celular hace que ambos se desconcentren y tengan que empezar todo de nuevo.